sábado, 26 de octubre de 2013

Extraño bajo un paraguas



Extraño bajo un paraguas, Leopoldo Luis García.
Cuento, Editorial Capiro, 2013. 
 
Si en su primer libro (Adiós, Habana) alcanzaba a seducir con la multiplicidad anecdótica alrededor de un personaje y contexto únicos, ahora con Extraño bajo un paraguas, su segunda oportunidad editorial, Leopoldo Luis García exhibe como virtud la ductilidad para imponer verosimilitud a escenarios y caracteres heterogéneos, y para explorar diversos registros de lo real y tonos dramáticos. Así, en «Los Trotacampos» dibuja sobre un ámbito rural personajes picarescos y peripecias que desembocan en lo maravilloso; mientras el relato que da título al libro opta por asomarse a la «zona psíquica» del entorno urbano, donde el acceso paranoico enturbia la apreciación de las circunstancias. En otros relatos («El antojo de Amador Almeida», «El último jonrón») destaca la habilidad del autor para esquivar las manquedades del realismo convencional y aportar a la historia densidad y ambigüedad mediante un manejo perspicaz del punto de vista narrativo. En total, seis cuentos que exploran la actualidad con espíritu «clásico», y de notable hechura formal por la sintaxis precisa del lenguaje y la compostura estilística.

Rafael Grillo

jueves, 17 de octubre de 2013

Íntimos atentados

Íntimos atentados, Ernesto Peña.
Cuento, Editorial Capiro, 2013



Utilizando como escenario la Cuba actual —de los médicos y las misiones; los niños ya no tan inocentes;    el mundillo cultural y farandulesco y otro menos visible: el de los delitos de guante blanco— estos cuentos nos presentan exitosos profesionales decepcionados de todo aquello en que solían creer; hombres poco favorecidos físicamente que eligen la misoginia como arma y escudo; el impulso de jugar a ser Dios con la vida de otros; azafatas, traficantes de arte, jóvenes libertinos de motor y orgía; personajes palpables que a cualquier edad y en diversas circunstancias optan por dañarse a sí mismos y a quienes aman, como quien se espanta con rabia un insecto y da contra un borde duro, filoso, insospechado…

jueves, 5 de septiembre de 2013

Yo también maldije a Dios


Yo también maldije a Dios, Amador Hernández.
Premio de la Ciudad de Santa Clara, 2006 de testimonio.
Segunda edición, Editorial Capiro, 2013.

La guerra de Angola, el juego prohibido, la prisión, el Período Especial, la emigración ilegal, la búsqueda incesante de sexo; cada uno de estos tópicos por separado sería un buen punto de partida, una sustancia atractiva para cualquier historia. Pero si una sola historia los reuniera todos… Y si se tratara, además, de una historia real contada en la voz de su protagonista…
Sin omitir ni suavizar las frases vulgares, las palabras obscenas, sin adentrarse en meditaciones, sin juzgar, presentando los hechos de manera concisa y a ratos cruda, estas páginas impresionan —también— por resumir buena parte de lo fallido y lamentable de un período histórico que suele testimoniarse desde una perspectiva muy diferente. Son, como dijera un crítico, “pequeñas hendiduras que permiten entrever algunos pavorosos abismos que se encuentran más allá de los textos. No las pasemos por alto. Miremos con valor hacia las profundidades.”

Déborah García Morales
 


martes, 20 de agosto de 2013

El hombre por dentro




El hombre por dentro, José Antonio Fulgueiras. 
Testimonio. Editorial Capiro, 2013. 

El hombre por dentro devela las historias de seres humanos sin historia; les descubre a cada uno de estos rudos combatientes su ternura callada; les adivina, a los que varias veces tuvieron que vociferar con dureza en el combate, su sensibilidad oculta. Se desmoronan los mitos sobre el temor o la valentía de quienes marchan a la guerra, más allá de estereotipos de nacionalidades, experiencias o generaciones: cada combate es diferente y cada hombre es distinto en cada batalla.
[…]
Así se ha recogido el paisaje interior de estos hombres que le fueron apareciendo al periodista durante su estancia en Angola; muchas de estas historias, más que buscarlas, coincidieron con él, y doy fe de que independientemente de cómo fueron relatadas por sus protagonistas, Fulgueiras les puso su entusiasmo desbordado, la agudeza y disposición de su atenta mirada de cronista de guerra, y salpicaduras de humor que alivian la tensión y el dramatismo de los sucesos.


Juan Nicolás Padrón

jueves, 8 de agosto de 2013

Diálogo con los tiempos


Diálogo con los tiempos, Pedro Pablo Rodríguez.
Ensayo, Editorial Capiro, 2013.

El tiempo es una condición y un límite de la existencia humana. Generalmente tomamos consciencia de su transcurrir por sus efectos en nuestro físico, a veces también por sus marcas en la consciencia. Para el historiador es una medida inexcusable a la que nunca puede renuncias, y quizás es, también, sin embargo, para quien el tiempo resulta algo tangible, asible, manejable. Los que escriben de temas históricos suelen valerse del plural: los tiempos, las épocas, las eras. Otros plurales llevan implícito el tiempo: los procesos, los momentos. De alguna manera, pues, el historiador siempre trabaja con el tiempo, por lo que probablemente es quien con mayor frecuencia hace consciente de su paso a su sociedad y a su tiempo, al que le toca vivir. Por eso, escuchar a leer a los historiadores es, de un modo u otro, un diálogo con el tiempo. 
Este libro, entonces, dialoga con el tiempo porque reúne varias entrevistas a historiadores cubanos: Francisco Pérez Guzmán, Oscar Zanetti, María del Carmen Barcia, Jorge Ibarra y Manuel Moreno Fraginals. Sé que ni remotamente son todos los que debieran estar, pero sí son personas notables en el desempeño historiográfico, todos los que están en estas páginas.

Pedro Pablo Rodríguez

jueves, 25 de julio de 2013

El aeroplano amarillo. Herbert Toranzo




 
El aeroplano amarillo, Herbert Toranzo (poesía).
Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara, 2012.
Editorial Capiro, 2013.

En abril de 1917 el militar y aviador alemán conocido como El Barón Rojo derribó en solitario más de veinte aeroplanos enemigos. Para muchos se convirtió en un héroe, entre otras cosas porque dejaba libres a sus moribundas víctimas. Su avión era un caza triplano Fokker, el príncipe de los cielos en materia de derribos.
El Barón celebraba sus victorias encargándole a un joyero de Berlín la fabricación de unas copas de plata grabadas. El primer número correspondía al derribo, la palabra al tipo de aeroplano, después el número de tripulantes y la fecha del combate. Poco a poco las copas fueron creciendo en cantidad y altura, hasta la número sesenta, cuando el tímido joyero le aseguró al valiente que se le había acabado su reserva de plata.
Cuenta un poeta que un día un artillero inglés desconocido enfrentó al Barón Rojo:
“Veamos: ¿tiene licencia
para volar ese avión?
Deme la autorización
para estrellarlo a conciencia.
¿Sabe en qué se diferencia
un avión de un aeroplano?
El avión es el hermano,
y el aeroplano, el occiso.
Déjeme ver el permiso.
Déjeme leer su mano”.
Así dijo el soldado desconocido, que años más tarde murió en la guerra sin más historia que la de ser, como se ha escrito, “inocente de una manera rara y de un modo raro pervertido”.[1] También murió El Barón Rojo. No lo mató la bala perdida en el cráneo, sino la bala de otro soldado que tampoco vivió para contarlo.
Otras historias han llegado desde entonces a las manos del poeta. Digamos la de Janis Joplin, la primera estrella blanca del rock and roll, la que conoció la droga en algún bar de San Francisco mientras en casa su madre la maldecía. La de la heroína pura en un cuarenta por ciento. La de la fiesta salvaje que rompería la culpa cotidiana del poeta:
“Pensamientos religiosos (o algo que se les parezca).
Juego sucio.
Carne fresca.
Libido de los viciosos”.
El poeta intenta escapar de la simple estridencia para acercarse a una verdad que le calcina el verso,  y lo logra en el instante en que se lanzan al Océano Pacífico las cenizas de la cantante. Mientras tanto, The Who pide el dedo en la garganta si se traga algo maligno y el poeta, ante la mentira incurable, escribe:“elige el procedimiento para drenar la miseria”.
Veintisiete años también tenía Jimi cuando murió asfixiado entre somníferos y alcohol. A Jimi no le gusta la guerra de Viet Nam y protesta con el himno en su guitarra.  Jimi Hendrix, el más grande de los tiempos, que obliga a lo poetizado en carne viva cuando “[...] la niebla (o el tañido) reencarna en el silencio, lo avejenta”.
Son los años en que alguien se pregunta -ya ha aplaudido los discursos por la paz-  “¿cuántos caminos debe un hombre recorrer?” para llamarse Bob Dylan y ser amigo de los Beatles, de los judíos, los cristianos y de los agricultores.
“Por los cielos diamantinos, Lucy divaga.
Se aterra del amor, no de la guerra
ni de los altos molinos
El poeta retoma el poder de las flores de los años sesenta. La facultad o tropiezo del pasado para anular la mediocre y difícil vida cotidiana de los otros, que por oscura le impulsa a escribir:
“Tampoco es que me interese demasiado en el desastre.
Si hay que arrojar algún lastre,
mejor será que no pese tanto ese número trece;
que se excluya del informe la verdad;
que se deforme la impresión de expresionismo.
Cara o cruz me da lo mismo; siempre voy a estar conforme”.
El poeta, simplemente alguien para el resto del mundo cuando “el primer café del año le aspira en su dogmática inocencia”, en su visión de alteridad se escuda entre los monstruos de garras y afilados colmillos cuando escribe:
“Poco dispuesto a robar
la cabeza de Gorgona,
la traigo a Ella en persona;
le doy asunto y lugar”.
O, simplemente, el poeta no necesita inventarse monstruos esa mañana en que Martin Luther King es asesinado por defender a los negros basureros en la ciudad de Memphis:“me hacen creer que lucho, que intercedo por alguien demasiado a mi favor”.
No necesita inventarse monstruos el poeta que sabe de remembranzas y también degradaciones cuando escribe:
“Me atribuyo ese color
como de mí se sospecha.
Sigo el cabo de la flecha;
despego. Ya estoy mejor.
¿No es amarillo el valor,
el ímpetu, el desacato?
¿No es la dicha un aparato
complicadísimo, un vuelo
temerario, a ras de suelo?
¿No es Dorian Gray mi retrato?”
Es la pregunta que queda en el aire mientras, frente a la puerta de su propio aeroplano, John Lennon es atravesado por cuatro balazos.

Texto de presentación a cargo de Rebeca Murga.



[1] “Ahora por vez primera miraba yo un poco en estas vidas extrañas, inocentes de una manera rara y de un modo raro pervertidas”, Herman Hesse.