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sábado, 2 de noviembre de 2013

El hombre de los lentes oscuros que mira al cielo...




El hombre de los lentes oscuros que mira al cielo se llama Domingos y se llama Raúl. Paco Taibo II.
Testimonio. Editorial Capiro, 2013.


¿Qué es lo que hace fascinante la lectura de este texto para cualquier lector? ¿Cómo nos atrapa y seduce Paco Ignacio Taibo II? ¿De qué se vale? La respuesta es muy simple: al aplicarle la narrativa a una investigación histórica ortodoxa y tradicional (la vida del combatiente revolucionario Raúl Díaz Argüelles —La Habana, Cuba, septiembre 14 de 1936 / Galengo, Angola, noviembre 11 de 1975— rompe el género, juega en los territorios intermedios, crea uno nuevo a partir del mestizaje. Todo es material narrativo: la historia, el rumor, el periodismo.
Esta es una historia de la cual se sabe poco y se murmura mucho. Es una leyenda compartida por unos cuantos que estaba esperando ser escrita de esta forma, para así, abrirse a nuevas posibilidades: el texto se presenta al lector como una invitación a completarlo, a redondearlo, a ampliarlo. Un texto sin fin que, como la leyenda, se convertirá en un cuento en el que todos, testigos, compañeros o cómplices, podrán dejar su voz, su testimonio, su historia.

ÁLVARO CASTILLO GRANADA

Casos y cosas de la pelota


Casos y cosas de la pelota, Osvaldo Rojas Garay.
Crónicas deportivas. Editorial Capiro, 2013.



La pelota es parte de la historia de Cuba. Y, como la historia patria, se complementa y sazona con las pequeñas anécdotas desprendidas de los grandes acontecimientos: curiosidades, accidentes y actos casuales que trascienden el deporte y la pasión.
Osvaldo Rojas Garay es un apasionado del deporte, en particular del pasatiempo nacional cubano. Periodista de oficio y vehemente coleccionador de hechos inusuales, es considerado por muchos una de las fidedignas fuentes de información histórica sobre el béisbol  en Cuba.
Casos y cosas de la pelota es una compilación de la mayoría de las piezas que conforman el anecdotario que habitualmente comparte con los oyentes de los espacios deportivos de la emisora provincial villaclareña CMHW. Ahora, rescatados de la inmediatez del éter, el lector tiene a su disposición estos gramos de historia patria que son algunos de los más asombrosos hechos en cincuenta series de pelota revolucionaria.

martes, 20 de agosto de 2013

El hombre por dentro




El hombre por dentro, José Antonio Fulgueiras. 
Testimonio. Editorial Capiro, 2013. 

El hombre por dentro devela las historias de seres humanos sin historia; les descubre a cada uno de estos rudos combatientes su ternura callada; les adivina, a los que varias veces tuvieron que vociferar con dureza en el combate, su sensibilidad oculta. Se desmoronan los mitos sobre el temor o la valentía de quienes marchan a la guerra, más allá de estereotipos de nacionalidades, experiencias o generaciones: cada combate es diferente y cada hombre es distinto en cada batalla.
[…]
Así se ha recogido el paisaje interior de estos hombres que le fueron apareciendo al periodista durante su estancia en Angola; muchas de estas historias, más que buscarlas, coincidieron con él, y doy fe de que independientemente de cómo fueron relatadas por sus protagonistas, Fulgueiras les puso su entusiasmo desbordado, la agudeza y disposición de su atenta mirada de cronista de guerra, y salpicaduras de humor que alivian la tensión y el dramatismo de los sucesos.


Juan Nicolás Padrón

jueves, 8 de agosto de 2013

Diálogo con los tiempos


Diálogo con los tiempos, Pedro Pablo Rodríguez.
Ensayo, Editorial Capiro, 2013.

El tiempo es una condición y un límite de la existencia humana. Generalmente tomamos consciencia de su transcurrir por sus efectos en nuestro físico, a veces también por sus marcas en la consciencia. Para el historiador es una medida inexcusable a la que nunca puede renuncias, y quizás es, también, sin embargo, para quien el tiempo resulta algo tangible, asible, manejable. Los que escriben de temas históricos suelen valerse del plural: los tiempos, las épocas, las eras. Otros plurales llevan implícito el tiempo: los procesos, los momentos. De alguna manera, pues, el historiador siempre trabaja con el tiempo, por lo que probablemente es quien con mayor frecuencia hace consciente de su paso a su sociedad y a su tiempo, al que le toca vivir. Por eso, escuchar a leer a los historiadores es, de un modo u otro, un diálogo con el tiempo. 
Este libro, entonces, dialoga con el tiempo porque reúne varias entrevistas a historiadores cubanos: Francisco Pérez Guzmán, Oscar Zanetti, María del Carmen Barcia, Jorge Ibarra y Manuel Moreno Fraginals. Sé que ni remotamente son todos los que debieran estar, pero sí son personas notables en el desempeño historiográfico, todos los que están en estas páginas.

Pedro Pablo Rodríguez

jueves, 25 de julio de 2013

El aeroplano amarillo. Herbert Toranzo




 
El aeroplano amarillo, Herbert Toranzo (poesía).
Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara, 2012.
Editorial Capiro, 2013.

En abril de 1917 el militar y aviador alemán conocido como El Barón Rojo derribó en solitario más de veinte aeroplanos enemigos. Para muchos se convirtió en un héroe, entre otras cosas porque dejaba libres a sus moribundas víctimas. Su avión era un caza triplano Fokker, el príncipe de los cielos en materia de derribos.
El Barón celebraba sus victorias encargándole a un joyero de Berlín la fabricación de unas copas de plata grabadas. El primer número correspondía al derribo, la palabra al tipo de aeroplano, después el número de tripulantes y la fecha del combate. Poco a poco las copas fueron creciendo en cantidad y altura, hasta la número sesenta, cuando el tímido joyero le aseguró al valiente que se le había acabado su reserva de plata.
Cuenta un poeta que un día un artillero inglés desconocido enfrentó al Barón Rojo:
“Veamos: ¿tiene licencia
para volar ese avión?
Deme la autorización
para estrellarlo a conciencia.
¿Sabe en qué se diferencia
un avión de un aeroplano?
El avión es el hermano,
y el aeroplano, el occiso.
Déjeme ver el permiso.
Déjeme leer su mano”.
Así dijo el soldado desconocido, que años más tarde murió en la guerra sin más historia que la de ser, como se ha escrito, “inocente de una manera rara y de un modo raro pervertido”.[1] También murió El Barón Rojo. No lo mató la bala perdida en el cráneo, sino la bala de otro soldado que tampoco vivió para contarlo.
Otras historias han llegado desde entonces a las manos del poeta. Digamos la de Janis Joplin, la primera estrella blanca del rock and roll, la que conoció la droga en algún bar de San Francisco mientras en casa su madre la maldecía. La de la heroína pura en un cuarenta por ciento. La de la fiesta salvaje que rompería la culpa cotidiana del poeta:
“Pensamientos religiosos (o algo que se les parezca).
Juego sucio.
Carne fresca.
Libido de los viciosos”.
El poeta intenta escapar de la simple estridencia para acercarse a una verdad que le calcina el verso,  y lo logra en el instante en que se lanzan al Océano Pacífico las cenizas de la cantante. Mientras tanto, The Who pide el dedo en la garganta si se traga algo maligno y el poeta, ante la mentira incurable, escribe:“elige el procedimiento para drenar la miseria”.
Veintisiete años también tenía Jimi cuando murió asfixiado entre somníferos y alcohol. A Jimi no le gusta la guerra de Viet Nam y protesta con el himno en su guitarra.  Jimi Hendrix, el más grande de los tiempos, que obliga a lo poetizado en carne viva cuando “[...] la niebla (o el tañido) reencarna en el silencio, lo avejenta”.
Son los años en que alguien se pregunta -ya ha aplaudido los discursos por la paz-  “¿cuántos caminos debe un hombre recorrer?” para llamarse Bob Dylan y ser amigo de los Beatles, de los judíos, los cristianos y de los agricultores.
“Por los cielos diamantinos, Lucy divaga.
Se aterra del amor, no de la guerra
ni de los altos molinos
El poeta retoma el poder de las flores de los años sesenta. La facultad o tropiezo del pasado para anular la mediocre y difícil vida cotidiana de los otros, que por oscura le impulsa a escribir:
“Tampoco es que me interese demasiado en el desastre.
Si hay que arrojar algún lastre,
mejor será que no pese tanto ese número trece;
que se excluya del informe la verdad;
que se deforme la impresión de expresionismo.
Cara o cruz me da lo mismo; siempre voy a estar conforme”.
El poeta, simplemente alguien para el resto del mundo cuando “el primer café del año le aspira en su dogmática inocencia”, en su visión de alteridad se escuda entre los monstruos de garras y afilados colmillos cuando escribe:
“Poco dispuesto a robar
la cabeza de Gorgona,
la traigo a Ella en persona;
le doy asunto y lugar”.
O, simplemente, el poeta no necesita inventarse monstruos esa mañana en que Martin Luther King es asesinado por defender a los negros basureros en la ciudad de Memphis:“me hacen creer que lucho, que intercedo por alguien demasiado a mi favor”.
No necesita inventarse monstruos el poeta que sabe de remembranzas y también degradaciones cuando escribe:
“Me atribuyo ese color
como de mí se sospecha.
Sigo el cabo de la flecha;
despego. Ya estoy mejor.
¿No es amarillo el valor,
el ímpetu, el desacato?
¿No es la dicha un aparato
complicadísimo, un vuelo
temerario, a ras de suelo?
¿No es Dorian Gray mi retrato?”
Es la pregunta que queda en el aire mientras, frente a la puerta de su propio aeroplano, John Lennon es atravesado por cuatro balazos.

Texto de presentación a cargo de Rebeca Murga.



[1] “Ahora por vez primera miraba yo un poco en estas vidas extrañas, inocentes de una manera rara y de un modo raro pervertidas”, Herman Hesse.